Del saludo judío, el cristiano y el judiomesiánico


Algunas necesarias observaciones terminológicas


Héctor B. Olea C.

En el marco de la historia bíblica hay dos tradiciones religiosas bien diferenciadas: en primer lugar, tenemos la fe y tradición hebrea, que tiene como texto sagrado base el Tanaj (la Biblia Hebrea, con sus 39 libros en hebreo, y algunos fragmentos en arameo); en segundo lugar, encontramos la fe y tradición cristiana, que tiene como texto sagrado base el NT griego, que hace suyo el llamado canon hebreo, pero que a pesar de tener su origen en el ambiente judío, al final se configuró, desarrolló y consolidó como una verdadera religión gentil.

Ahora bien, hace un tiempo, a partir del siglo XIX, surgió una corriente, un conjunto de movimientos llamados judiomesiánicos. Por un lado, los judiomesiánicos pretenden ser el mejor judaísmo posible, presumiendo mantener lo mejor de la tradición hebrea, creyendo poseer la mejor interpretación del Tanaj; y por otro lado, también parecen concebirse como el mejor cristianismo posible, creyendo poseer la mejor interpretación del NT, y con la presunción de que algunos libros del NT, como el Evangelio de Mateo, si no es que en realidad todo el NT, se escribió originalmente en hebreo o arameo, y que éste debe leerse con una mentalidad judía, desde una perspectiva judía.

No obstante y, muy a pesar de las pretensiones de los judiomesiánicos (que insisten en que la fe cristiana debe volver a sus raíces hebreas); lo cierto es que para el Judaísmo ortodoxo, éstos no son unos dignos representantes de la fe judía, no son judíos, sino cristianos con cierto ropaje de la tradición hebrea; y para los cristianos tampoco son legítimos representantes de la fe cristiana, y no son más que simples y radicales judaizantes.

Por cierto, la doble pretensión  de los judiomesiánicos respecto de la fe hebrea, la fe judía, y respecto de la fe cristiana, la pone de manifiesto un saludo  judiomesiánico característico al momento de despedirse o al menos cerrar un diálogo. Este saludo es: «Shalóm ubrajót» (que según la gramática hebrea debería ser más bien «Shalóm uberajót»), traducción: ¡Paz y bendiciones!.

Pues bien, la expresión «Shalóm ubrajót» (que según la gramática hebrea debería ser más bien «Shalóm uberajót»), tiene como primer término el saludo característico judío: «Shalóm» (paz), y como segundo término una forma que alude al típico saludo cristiano: Dios te bendiga (aunque recientemente se ha ido imponiendo el simple: ¡Bendiciones!), con la palabra «uberajót». Es pues, la palabra «uberajót» una palabra compuesta por la conjunción «ve» (y), aquí con la forma «u» por necesidad, y por la palabra «berajót», plural de la palabra «berajáh»: bendición.   

Ahora bien, a pesar de que no podemos negar de que el típico «¡Dios te bendiga!» carece un ejemplo escritural en el NT mismo, de todos modos no se puede ignorar que al menos podemos encontrar un ejemplo en la Septuaginta con el que en cierta forma coincide. Este ejemplo es Deuteronomio 14.29 donde leemos la expresión «euloguései se kúrios jo theós» (traduciendo la expresión hebrea «yebarejejá -o yebarej-já- YHVH ’elojejá»), o sea: ¡El Señor Dios (Dios el Señor) te bendiga!

Luego, llama la atención que el segundo término del saludo judiomesiánico «ubrajót» (más bien, «uberajót»), literal y precisamente significa: ¡Y bendiciones!

En suma, un judío ortodoxo no tendrá problemas en saludar y despedirse con el clásico «Shalóm»; y un cristiano tradicional no tendrá problemas en saludar o despedirse con el acostumbrado: «¡Dios te bendiga!» (y ahora: ¡bendiciones!);  pero difícilmente un judío ortodoxo se despida con «Shalóm ubrajót» (más bien «Shalóm uberajót»), y un cristiano tradicional tampoco.

En conclusión, el habitual saludo judiomesiánico «Shalóm ubrajót» (más bien «Shalóm uberajót»), deja ver con claridad meridiana lo híbrido y lo pretensioso de  los movimientos judiomesiánicos. Por supuesto, hay que admitir que hay cristianos afines o identificados en algunos aspectos con la tradición judiomesiánica que también están empleando el saludo en cuestión, así de sencillo.   



¡Hasta la próxima!

La figura del «Espíritu Santo» versus la figura del «espíritu inmundo»


Unas observaciones exegéticas a la tradicional teología sistemática evangélica en lo que tiene que ver con su «angelología-demonología», y su «pneumatología»

Héctor B. Olea C.

Al margen de la discusión de si se acepta o no la personificación de la figura del «Espíritu Santo» (griego: «to pnéuma to jáguion»); lo cierto es que todo lo que se diga del demonio («to daimónion»; los demonios: «ta daimónia») con base estrictamente a que dicha palabra es de género gramatical neutro en el griego; sin duda que habrá que decirlo respecto de la figura «Espíritu Santo» (griego: «to pnéuma to jáguion»), que también es del mismo género gramatical neutro.

Por otro lado, me es preciso puntualizar que el hecho de que la palabra «pnéuma» (espíritu) sea de la tercera declinación y la palabra «daimónion» (demonio); sea de la segunda declinación, no establece diferencia alguna frente al hecho de ser ambas de género gramatical neutro.

Ahora bien y, ciertamente, uno se contrasta con el otro, el uno es la antítesis del otro; en tal sentido no podemos obviar que son antónimas las expresiones «Espíritu Santo» («to pnéuma to jáguion»; expresión que aparece unas 92 veces en el NT), y la expresión «espíritu inmundo» («to akátharton pnéuma»; «pnéuma akátharton»; «to pnéuma to akátharton»; expresión que aparece en el NT en doce ocasiones: Mateo 12.43; Marcos 1.23, 26; 3.30; 5.2, 8; 7.25; 9.25; Lucas 8.29; 9.42; 11.24; Apocalipsis 18.2).

De todos modos no podemos ignorar que, al principio y al final, ambas figuras «pnéuma» (espíritu) son. Es más, en el NT mismo también se hace referencia al «Espíritu Santo» sencillamente como «pnéuma» (espíritu), sin más, sin calificativo alguno, como en Gálatas 5.22, 23  (entre otros); y lo mismo ocurre con la figura del «espíritu inmundo», al que también se hace referencia sólo con la palabra «pnéuma» (espíritu), sin más, sin calificativo alguno, como en Lucas 9.39.

Finalmente, tampoco podemos obviar la correspondencia que en el NT tienen la figura del «demonio» y la del «espíritu inmundo» (compárese Marcos 5.1-16; 7.24-26; Lucas 4.33; 8.26-30; 9.37-42).


¡Hasta la próxima!